Antonio Adeliño Vélez. El 12 de octubre celebramos la fiesta de la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil. También es, todavía, el día nacional de España, pero me da la impresión que esta denominación del día festivo, se caerá pronto del calendario laboral español. El revisionismo que venimos sufriendo en los últimos años de gobiernos marxistas, así lo pronostican.
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Y para unirme a la celebración festiva de la excelsa patrona de la Guardia Civil, quiero recordar y compartir con los lectores, un hecho histórico que nos habla del alto sentido del deber y de la dignidad de un Cuerpo policial con 175 años de historia, que no puede ser vejado por el político de turno que, a modo de lo que sucede en un estado totalitario, quiere una policía sumisa a sus caprichos, y no al servicio de la nación a la que sirve para garantizar la libertad y seguridad de conformidad con las leyes democráticas.
Sucedió que, recién creada esta Institución y con motivo de celebrase una gala en el Teatro Real de Madrid con asistencia de la Corte de Isabel II, se estableció en los alrededores del edificio un servicio de seguridad para regular el tránsito de carruajes y viandantes. Las órdenes eran claras y precisas, solo había una entrada para los coches de caballos. Todo marchaba como la seda hasta que vino a turbar la tranquilidad de la noche, el carruaje de un ministro que quiso entrar en el teatro en sentido inverso a los demás.
- Alto. Por aquí no se puede entrar, dijo al cochero el Cabo de la Guardia Civil encargado del servicio en aquella puerta.
- Este coche sí, respondió altanero el cochero.
- Ni ese coche ni ninguno pues la orden es terminante, respondió con firmeza el Cabo.
- Adelante cochero, gritó desde el interior el Presidente del Consejo de Ministros, el General Narváez, uno de los más enérgicos militares del siglo XIX español.
- Mi General, tengo orden de que por aquí no entre nadie, respondió respetuosamente el Cabo.
- Esa orden no reza conmigo ¡Faltaría más!
- Al comunicármela no me han dicho que haga excepciones con nadie y el coche de vuestra excelencia, no puede pasar por aquí.