Carlos Melgá. Escribo estas lÃneas con un dolor contenido, con la rabia de saber que esta sociedad no aprende de los errores, y con la tristeza de que personas como mi compañera y amiga Ana Isabel González, maestra y amante de los niños, tienen que irse de este mundo sin un por qué.
No estaba enferma, no era una mujer triste, no tuvo la mala suerte de morir vÃctima del azar… Le segaron la vida porque lo decidió alguien a quien ella apreciaba. Hay personas en este mundo que creen que sus parejas forman parte de su propiedad, que les pertenecen sà o sÃ.

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Ana, la mujer de la eterna sonrisa, era un ser especial.
Adoraba vivir, disfrutaba de su profesión, no se hundÃa aún cuando personas muy cercanas a ella le podÃan hacer la vida imposible. Tuvo dos años muy difÃciles en su centro de trabajo por motivos que no vienen al caso, y jamás negó su sonrisa a nadie. Solo los que vivÃamos cerca de ella, sabÃamos de la fortaleza y positividad de su carácter.
Era luchadora, creativa, alegre y amiga de sus amigos. Soportó una relación de pareja por el amor que siempre sintió por un desgraciado que se mal acostumbró a vivir a costa de ella.
Lo dio todo por él, lo amó, lo cuidó, le pagó gastos que ni por asomo le correspondÃan, le abrió sus puertas aún cuando no lo merecÃa, y terminó en sus manos como siempre habÃa sido: confiada del mundo y de las personas. Nunca pudo imaginar que el hombre que convivió con ella podÃa arrebatarle la vida simplemente porque dijo basta, porque estaba cansada de una relación que no llegaba a ninguna parte. Me confesó que estaba ilusionada, que tenÃa que coger el último tren que la vida le ponÃa en su camino y no la dejaron subirse. Siento desprecio, profundo desprecio por el hombre que no es hombre, por la justicia que ampara al verdugo y no a la vÃctima, por una sociedad demasiado acostumbrada a los sinsabores de quienes nos gobiernan, por su insensibilidad ante los hechos que ocurren a nuestro alrededor… Y ustedes me dirán: “No te preocupes, el peso de la ley caerá sobre su cabeza”, o algo asà como “pobre hombre, perdió la cabeza”.
Ese estado de derecho que nos ampara, le dotará de los medicamentos necesarios para su “supuesta depresión”, le regalará la atención médica necesaria para que recobre su salud mental, lo encarcelará durante ¿Seis? ¿Siete años? Para luego hablarnos de reinserción, porque todo hombre tiene derecho a eximir sus culpas. Para ello le darán todo lo que no tenÃa si mi querida Ana no vivÃa con él: una cama, comida caliente, acceso a internet, televisión por cable y lo mejor de todo: dos años de desempleo, para que cuando salga tenga la oportunidad de volver a empezar, a coger su último tren, el mismo que le negó a ella. Eso sÃ, se llenaran páginas y páginas de violencia de género, cosa que nunca existió, de que el hombre es maltratador porque lo lleva en sus genes, se abrirán las carnes de polÃticos y asociaciones de mujeres pidiendo que “ni agua” para los divorciados, los malditos hombres con el mismo rostro y forma de andar.