
José-Tomás Cruz Varela. Posiblemente, en opinión de un amplio colectivo de ciudadanos, calificar de terrorismo a lo que están soportando varios países de la U.E. resulte inadecuado, cuando en realidad se trata de una cruda y dura guerra que el Islam ha declarado al Occidente infiel, cuya última batalla se libró el pasado jueves en Barcelona, como anteriormente lo sufrieron en Londres, Berlín o París.
Motivo por el cual no parece correcto que Europa continúe negándose a adjudicarle el atributo apropiado a la ofensiva islamita que está padeciendo nuestro continente.

El Cardenal Juan José Omella junto a los Reyes Felipe VI y Letizia
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La estrategia terrorista tiene como finalidad principal el sembrar pánico en aquellas comunidades donde residen, de ahí que se pretenda por parte de todos los gobiernos aparentar todo lo contrario puesto que de recocerlo sería desastroso. Curiosamente, el automóvil, uno de los símbolos de la modernidad capitalista, se ha convertido en un instrumento de “bajo coste” para aterrorizar y asesinar con cierta facilidad en nuestras propias y civilizadas capitales. Aún así, es menester no confundir a los millones de musulmanes partidarios de una doctrina de humanismo, paz y solidaridad con el Islam del terrorismo yihadista.
De nada sirven las tediosas declaraciones de los gobernantes, líderes políticos, engolados tertulianos y toda la pléyade de personajes, que por su condición empresarial, social o deportiva, se ven en la obligación de manifestar su dolor y pésame por la tragedia que supuso el atentado. Pretender eliminar tan terrible lacra a golpe de condolencias, minutos de silencio, banderas a media hasta, aplaudiendo el paso de los féretros de las víctimas o poniendo bolardos en lugares estratégicos, no pasan de ser manifestaciones de buena voluntad y solidaridad, pero nada más. Como tampoco es cierto que no sintamos temor ni que los terroristas estén derrotados.
El origen del problema llamado terrorismo organizado, al margen del integrismo presente en las religiones monoteístas, pasa ineludiblemente por la localización y eliminación de aquellos grupos y corrientes que lo propugnan, financian y defienden. Cualquier implantación de medidas defensivas siempre serán bien aceptadas, reconociendo las limitaciones de las mismas.