Jose Mateos Mariscal. Cuando llegamos no sabÃamos dónde ir. Preguntando nos dijeron que existÃa una ciudad industrial Wuppertal y hasta allá nos fuimos, sin ninguna referencia y sin ningún contacto, lo que los llevó a dormir en las plazas, en la estación de autobuses, hasta que pudiéramos acomodarnos y alquilar una pensión. Hoy, ya pasaron más de 8 años de aquella aventura.
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“Solo tenÃamos un papel con la dirección de una familia vecina de nuestro pueblo natal, que vivÃa en Wuppertal. Mi papá fue preguntando con señas cómo llegar, porque no hablaba nada el idioma. Tardó dos dÃas en dar con ellos y volver a buscarnos al Hotel.”
Nuestro pasado fue terrible, gente que no sabÃamos el idioma, que trabajábamos de sol a sol, pero que tuvimos la fuerza, la tenacidad de luchar y construir algo para nuestras familias desde la nada. Ni mi papá ni mi mama tuvieron la oportunidad de volver a España ni de vacaciones.
Me fui, como bien podrÃa decir una canción de Sabina, con una maleta repleta de besos con regusto amargo y sin billete de vuelta.
Donde como ya anticipaba en el tÃtulo, la Emigración se ha convertido para mà y para muchos españoles en la Crónica de una muerte anunciada (con mi máximo respeto al Gabo).
Todos los que vinimos a Alemania vinimos con esa ilusión de crecer. La gente que viene de afuera con buenas intenciones, quiere formar una familia, progresar dÃa a dÃa, formarse, aprender. Yo no me siento parte de este paÃs, de este lugar, de esta ciudad. Si bien la distancia te quita lo fÃsico, los sentimientos, la memoria, los recuerdos están en la vida cotidiana y ayudan a seguir mirando siempre para adelante.
Siempre me pareció falso el nombre que nos han dado: emigrantes porque la emigración significa éxodo.. Y nosotros no hemos salido voluntariamente eligiendo otro paÃs.
Ni migramos a otro paÃs para establecernos en él. Nosotros hemos huido. Expulsados, desterrados.
Estamos inquietos junto a las fronteras, esperando el dÃa de la vuelta. Con los ojos en la espalda. Mirando hacia atrás.
No olvidamos nada, a nada hemos renunciado. No podemos perdonar llegan gritos a nuestros tiendas. Somos como rumores que traspasan el océano.
Llevamos los zapatos rotos, el corazón partido. Cargamos con los niños a quienes nos cuesta mirar.
Levantamos los ojos y el corazón en grito de súplica a este sociedad injusta que mancha nuestra tierra… ninguno de nosotros se quedará aquÃ.
Un humor agridulce surge de estas palabras con una pizca de sátira social que invierte la épica de los emigrantes para hablar de un heroÃsmo cotidiano, alojado en la resistencia y el esfuerzo de todos los dÃas para sobrevivir.
En las terminales ahora les llora el alma a las madres y se les cae a los pies a los hijos. Mueren ilusiones y planes de futuro. Se secan y arrancan raÃces, que con tanto mimo y esfuerzo plantaron nuestros abuelos.
Remito esta carta con la esperanza e ilusión de que la publiquen y asà se de voz a muchos españoles que nos hemos visto obligados a emigrar para labrarnos un futuro. Seguro que conocen a algunos, a muchos me atreverÃa a decir.
No pude evitar emocionarme al escribir estas letras, seguramente ha ayudado el hecho de que tengo miedo a volar. Me despido con la ingenua esperanza de poder comprar algún dÃa mi billete de vuelta.
Este articulo fue publicado el 16 Noviembre 16Europe/Madrid 2020 a las 9:08 am y esta archivado en Opinión. Puedes suscribirte a los comentarios en el RSS 2.0 feed. Puedes escribir un comentario, o hacer trackback desde tu propia web.