Por admin | Marzo 22, 2009 - 9:53 am - Publicado en Cultura

fbacon Carne y metal

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Die Fackel. Bacon, Museo del Prado, hasta mediados de abril. ¿Por qué pienso que su pintura es un canto a la vida, y no al revés? Porque miro el grito de su papa, porque observo a los animales enjaulados y sufrientes, porque me conmuevo con su recuerdo del amante, del amor. A través de los clásicos (Velázquez, sí, Goya, también, Rembrandt, Miguel Ángel), surgen las jaulas, los mismos espacios que describirán Beckett y Giacometti, que pensarán, en los que se verán adensados. Hay un hombre en cuclillas, torsión infinita, la cara fundiéndose, que da paso a la conciencia de la falta de existencia, de individualidad y realidad, los rostros sin rostro. Las figuras, animalidad, los gestos, instintivos, el niño paralítico andando a gatas, en una postura imposible sólo mirándole, observándonos, probablemente riéndose de nuestra deficiencia. Miro también sus retratos y autorretratos, y observo cómo se mezclan dos idénticos y distintos, cómo va en progreso su conciencia del ojo que lo ve, él mismo devenido en pintor (no les gusta ver lo que hago con ellos, porque les causo dolor, supongo). Nacimiento, cópula, muerte, escribió T.S. Eliot, y se quedó tan ancho, sin darse realmente cuenta, desde su espíritu casto y puritano, de cómo eso iba a devenir carne, sólo la carne hedonista, sólo el placer y el placer, eternamente. Una vida va apagándose, hasta una como ésta no hay más que manchas, no hay más que golpes en el vacío, intentos de rozar el infinito, que está en éste, también. Sólo bocas, dientes, carne, sangre, cuerpos y espacios planos. Aparentemente sólo. Pero qué fragmentos de realidad, qué belleza presente, qué placer en el conocimiento y la intuición de lo posible, de la visión propia y única de una persona que supo expresarlo, del niño eterno, del bello y sensiblemente perverso Francis Bacon.

Julio González, MNCARS, hasta mayo. Ya nos encontramos ante un maestro reconocido y reconocible, lo que nos faculta para criticarlo y verlo con más perspectiva que aquella inocencia con la que mirábamos. Ahora me quedo con el grito de la mano, con la Montserrat diversa, desde el rostro al puño aherrojado. Los personajes cactus, el hombre y mujer, vistos como uno, indistintos, configurados tal y como se nos prefiguran en la mente. La realidad pincha, y el espejo en el que se reflejan sus figuras es el disfraz bajo el que nos escondemos. El mundo nos rechaza, la realidad no nos desea; la construimos y luego imposibilitamos la vida en ella. ¿Hasta dónde deben caminar los seres para que su construcción, para que su imagen se corresponda con su deseo? Las figuras de Julio González son representativas de un mundo al que ya hemos perdido de vista, que nos parece alejado porque ya hemos limado las asperezas, los ángulos, de modo que todo ha devenido redondez. Ya no duele, o, más bien, ya no dejamos que duela. Ya no hay espejos, sino perspectivas deformadas asumidas como plenamente normales. ¿Para qué miramos sus obras? Quizás necesitemos recordar que hubo un momento en el que no habíamos vendido la mirada, en el que aún no nos resignábamos a dejarnos ser, a repetir, una y otra vez, esquemas periclitados y a los cuales, conscientemente, no les dábamos ningún valor, y, precisamente por eso, los seguíamos, y así renunciamos a la responsabilidad.

Se nos acabó la mirada. Puede recuperarse. Debemos reencontrarnos con ella. Vivir empieza por mirar. Y mirar es comprender. Comprendiendo soy.

Die Fackel.


Este articulo fue publicado el 22 Marzo 22Europe/Madrid 2009 a las 9:53 am y esta archivado en Cultura. Puedes suscribirte a los comentarios en el RSS 2.0 feed. Puedes escribir un comentario, o hacer trackback desde tu propia web.

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