Chef Jorge Pluchino. A orillas del lago Lácar y a sólo media hora de barco de San Martín de los Andes se encuentra esta encantadora villa, que esconde entre sus bosques un sinfín de anécdotas.

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La llegada a Villa Quila Quina, a unos 18 kilómetros de esta ciudad, es lo más parecido a la idea que uno puede tener de un paraíso. Bañada por las frías aguas del lago Lácar y en tierras de la comunidad mapuche Curruhuinca, Quila Quina parece sacada de un cuento para chicos -pero filmado por Tim Burton-, con playas rodeadas de cipreses enroscados, bosques susurrantes, una cascada cristalina y tanto despliegue de naturaleza que hasta se podría terminar añorando el cemento de Buenos Aires y el carraspeo que hacen los colectivos al arrancar.

Este paseo es uno de los más atractivos para hacer desde San Martín de los Andes. Desde el embarcadero de la ciudad parten lanchas durante todo el día hacia Quila Quina (el boleto de ida y vuelta cuesta 25 pesos) y el tiempo de navegación es de 30 minutos.

Al llegar al puerto de Quila Quina, sobre la izquierda del barco aparece la ladera del cerro Abanico, que se funde en canaletas volcánicas con el lago, en las mismas aguas en las que la abuela de Yolanda Curruhuinca -una de las ancianas de la comunidad Curruhuinca- juró haber visto un pez con cabeza de toro y cuernos de oro. “Era un torito de agua que peleaba con un toro terrestre”, cuentan que dijo en 1925 quien fue la esposa de Abel Curruhuinca, lonko (jefe o cabeza, en mapuche) de la tribu.

Una parte de estas tierras volvió a manos de la comunidad mapuche cuando a principios de los años 90 se entregaron títulos de propiedad a unas 50 familias que vivían y viven ahí en forma permanente, y subsisten gracias a la cría de animales, la siembra y la venta de artesanías.

Mejor a pie

Tras bajar en el puerto, que tiene una confitería renovada y una playa en la que se alquilan kayak, la mejor opción para recorrer Quila Quina es caminando. Se puede ir por la costa del lago, parar en las playas y admirar desde ahí la montaña, poblada por cipreses, robles, pellín, cohíues, radales, maitenes, raulíes y rosa mosqueta.

Llama la atención la intensidad que cada color impone sobre las laderas, una verdadera paleta de gamas que explota con la luz del sol. Pero también sorprende e inquieta el contraste entre luz y sombras, porque los rayos se filtran intermitentes a través de las perfumadas cortinas de árboles. Todo eso hace que la caminata se vuelva por lo menos intrigante.

Cerca del embarcadero se puede admirar los caserones de verano que fueron levantados en la década del 40, cuando Parques Nacionales cedió esas tierras a las familias porteñas más poderosas. Los Pérez Companc y los Zubizarreta, por ejemplo, se cuentan entre ellas.

“Nuestra comunidad perdió estas tierras entre 1940 y 1945 cuando, mediante maniobras no muy claras, nos llevaron a firmar la cesión definitiva de nuestro territorio”, se lamenta doña Yolanda, en su casa perdida en medio del bosque, donde curiosamente suena de fondo un tema de los Rolling Stones, en la radio de algún joven de la comunidad con inquietudes roqueras.

La visita a la casa de Yolanda es uno de los circuitos que se pueden hacer con un guía mapuche (el recorrido cuesta 3 pesos). La anciana, con su metro y medio y el pelo blanco largo que asoma bajo una gorra negra, recibe a todo aquel que se interese por historias y leyendas de esta comunidad.

A la vuelta de esta visita se puede pasar por la cascada del arroyo Grande, que asoma retorcida entre rocas enormes y ramas arrastradas hacia abajo por la corriente, una fuente de agua mineral deliciosa para beber. Otro circuito posible es el que lleva a un cañadón de pinturas rupestres y a la cueva del León, refugio de pumas cuando el viento Puelche arrecia.

En el regreso en barco a San Martín quizás haya tiempo para recordar otra historia mapuche de boca de doña Yolanda. Al parecer, existe en el Lácar un animal llamado el Cuerito, un pedazo de cuero de oveja que flota sin buenas intenciones por el lago. “Ataca”, jura la anciana, y lo dice tan convencida que uno termina creyendo todo.

Pollo deshuesado con relleno de panceta

Ingredientes
1 pollo limpio y deshuesado
Sal y pimienta
Jugo de limón
1 diente de ajo
100 gr. de panceta ahumada
1 huevo
150 gr. de pan remojado en leche
1 cucharada de perejil picado
1 cebolla picada
1 cucharada de aceite
Vino blanco a gusto

Preparación

Salpimentar el pollo, rociar con jugo de limón y frotar con el diente de ajo. Mezclar bien la panceta con el huevo, el pan remojado en leche y exprimido, el perejil, y la cebolla dorada en un poco de aceite. Rellenar el pollo, coser las aberturas y darle forma. Acomodarlo en una asadera chica, rociarlo conjugo de limón. Cocinar en horno moderado durante 1 hora. Durante la cocción, rociar con un poco de vino blanco.

Pollo relleno

Ingredientes
- Un pollo deshuesado. (Pedirlo así al carnicero o a la granja. Si tiene los huesos de las alitas y de las patas, con un cuchillo pequeño y afilado cortar la piel y retirar los huesos.)
- Pan lactal o pan francés sin corteza, medio kilo.
- Leche, dos tazas.
- Ajo, tres dientes.
- Perejil, un ramo.
- Cebolla, media.
- Queso rallado, unas tazas.
- Yemas de huevo, 3.
- Panceta cortada en lonjas bien finas, 200 grs.
- Ciruelas secas descarozadas, 12.
- Sal y pimienta.
- Dos cebollas grandes (para el horneado)

Preparación:
Remojar la miga de pan en la leche y deshacer con un tenedor. Cuando esté bien húmeda, escurrir y apretar con las manos para sacar el exceso de leche. Poner en un bol grande. Picar el ajo, el perejil y la cebolla. Agregar a la miga de pan. Mezclar bien.


Este articulo fue publicado el 24 Mayo 24Europe/Madrid 2010 a las 7:26 am y esta archivado en ► Sabores ◄. Puedes suscribirte a los comentarios en el RSS 2.0 feed. Puedes escribir un comentario, o hacer trackback desde tu propia web.

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