Por Johari Gautier Carmona | Julio 9, 2010 - 8:01 am - Publicado en Cultura

Johari Gautier Carmona. El reciente estreno en España de la película “Madres e hijas” del director Rodrigo García ha generado una gran expectación en el público.

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Esto no sólo se debe a la calidad de la obra del director de películas como “Nueve vidas” o “Cosas que diría con sólo mirarla” sino también, y sobre todo, por el hecho de ser más conocido en España como el hijo del premio nobel Gabriel García Márquez. La película explora las relaciones que pueden desarrollar una madre con su hija, el apego y la comunicación que comparten, pero también y sobre todo, la desesperación y el desequilibrio generados por el distanciamiento.

Esta última película del director colombiano destaca por la originalidad de su temática, por la presentación peculiar que hace de la adopción y el humor de ciertas escenas aunque a veces puedan parecer algo exageradas.

El difícil proceso de adopción

Desde el inicio, la película se centra en el esfuerzo que supone adoptar y las exigencias a las que debe someterse una joven pareja afectada por la esterilidad de la mujer. No sólo se trata de rellenar un documento, elegir el sexo, el origen o la edad del niño que va a ser adoptado, sino también exponerse a un proceso largo y fatigante, aguantar encuentros tensos con administrativos o, incluso, reunirse con la madre que piensa deshacerse del niño y responder a sus preguntas más impertinentes. “Ser madre debería ser algo más fácil“, comenta una madre con su hija implicada en un delicado proceso de adopción y ese comentario ilustra la desazón que atraviesa la pareja.

Sin embargo, quien dice adopción dice también abandono. En ese sentido, la película “Madres e hijas” aborda la perspectiva de una mujer primeriza que por ser joven y aspirar a un futuro más próspero, considera que su única solución es abandonar a su bebé. La decisión no es nada fácil y eso se nota en su rostro receloso, en la amargura y en la culpa que manifiesta cada uno de sus gestos.

El abandono implica deshacerse de una parte de sí misma, perder a un nuevo ser que ha ido creciendo durante nueve meses y se ha alimentado de la misma energía y, por encima de todo, asumir la culpa de no haber sido una buena madre durante el resto de su vida. Estas decisiones tan extremas son las que marcan a algunas de las protagonistas de la película de Rodrigo García.

El amor maternal y la necesidad de conexión

Más allá del proceso de adopción, Rodrigo García analiza la experiencia de una mujer abandonada siendo recién nacida y retrata un cuadro de desolación y misterio que acapara gran parte de la trama. La ausencia de lazo afectivo con una madre y la consecuente falta de identidad acaban influyendo de forma notable en el destino de la joven, la empujan a llevar una vida inestable, huir constantemente de los compromisos, cambiar de domicilio e inventarse nuevos retos.

Así pues, el amor maternal parece ser un elemento esencial en el equilibrio, la armonía y la comunicación de la hija y, sin embargo, la madre también espera de su hija el mismo amor que ofrece con tanta generosidad. También se lamenta por los errores estribados de lagunas educacionales, negligencias diversas o un perfeccionismo excesivo. Los fracasos de una pueden alimentar las frustraciones de la segunda. Los miedos y los caprichos se repercuten en la otra como si ambas fueron el mismo elemento. Una conexión indecible, más fuerte que el simple lazo sanguíneo, une a madres e hijas y, según Rodrigo García, esta conexión puede superar el distanciamiento y la muerte. Con todo esto, sólo nos queda preguntarnos qué hay de los niños varones y de los padres…


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