Por Antonio Adeliño Vélez | Octubre 19, 2018 - 8:04 am - Publicado en Cultura

Un día de otoño

Antonio Adeliño Vélez. Cada estación del año, tiene su color peculiar, su aroma singular, y sus propias emociones. Y el otoño huele a mosto fermentando en la bodega, a tierra empapada por lluvias serenas, a pólvora de cartuchos de caza, a incienso del día de difuntos, a flores de sepultura dejadas con melancolía, a leña crepitando en el hogar, a pueblo sin ruido, a paz sosegada, y quizás a frío olvido.

Mañana de otoño

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En el amanecer de aquel día, se adivinaba una mañana suave y agradable. Un sol madrugador derramaba rayos dorados que atravesaban las escasas nubes para derretir la escarcha de la hierba. La mañana se teñía de tintes rojizos que se difuminaban por el horizonte. Crecía el día, y poco a poco, el cielo iba recobrando su color azul celeste.

Una sutil brisa del norte, arrancaba las hojas amarillas de los álamos de la ribera. Llovían hojas doradas que se mezclaban entre las frondas del cauce del río, o se amontonaban cubriendo caminos, senderos y veredas, con un tapiz áureo. Su color amarillento, resplandecía entre las tonalidades ocres de las tierras labradas y los matices granates de la vegetación que palidecía con el inexorable avance de la estación otoñal.

Tras unos lances venatorios un grupo de cazadores, almorzaban resguardados del cierzo, aprovechando el tibio sol de mediodía. Los perros al acecho, ladraban por oficio a nuestro paso, recordando quizás la carrera despavorida de los conejos desemboscados ante su jadeante empuje.

En la corta tarde de este día de otoño, jubilosas voces infantiles venían del poblado hasta la vega. Entre tomillos, espliegos, cardos resecos, y viejos troncos de chopo, los pequeños buscaban setas y hongos comestibles. Cada hallazgo se celebraba con algarabía infantil y asombro cómplice de mayores. Era una tarde de tenue sol y silencio quebrado, donde la chaqueta no estorbaba y se agradecían las risas en la lejanía.

Antes de que el horizonte anunciara la noche, tiñéndose de rojo púrpura; regresamos al pueblo. Los frescos días de otoño, son de hojas amarillas en árboles y praderas; de caza en montes y laderas; de setas silvestres en baldíos y en eras, y de tierra labrada en páramos y vegas. Los ocasos rojizos que presagian noches de frío, invitan a resguardarse al calor de la lumbre de leña vieja con aromas de resina, mientras se traen a la memoria las imágenes grabadas en la retina, y el aroma singular de los días de otoño en La Ribera.


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