Por Redacción | Marzo 1, 2012 - 11:39 am - Publicado en Cultura

Gumersindo Ontañón. Con este capítulo acabo una serie comenzada en el año 2008 del antropólogo Antonio Montesinos González, gran conocedor del Folclore Popular en general y como no de las Marzas en particular.

Fotografía: Javier Marqués

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Ayer miércoles 29 de febrero a las 12 de la noche como ya es costumbre en las calles y esquinas de Villanueva de Gumiel, resonaron otra vez y con más fuerza si cabe, el eco de nuestras marzas.

A Modo de Conclusión

Las marzas representan un hecho cultural complejo, que trasciende con mucho la desafortunada definición de la costumbre de “pedir”, como suelen etiquetarla algunos folcloristas.

Constituyen una parte relevante del folclore masculino, que posee un peculiar lenguaje simbólico, de carácter polisémico.

Las marzas, observadas desde la antropología social, aparecen como una práctica histórica de carácter institucional, a través de la cual las Sociedades de Mozos:

  • Se conexionaban internamente como grupo de edad.
  • Se abastecían de nuevos miembros, efectuando ritos de iniciación a la pubertad.
  • Renovaban periódicamente, por medio del comensalismo y otras demostraciones festivas, las tramas de sociabilidad e identidad de sus agregados varoniles, de las unidades intervecinales y del conjunto comunitario.
  • Reproducían sus roles de dominación masculina.
  • Reforzaban, con sus rituales petitorios, el sistema de ayudas y prestaciones mutuas.
  • Rememoraban la presencia de los antepasados muertos en la memoria colectiva.
  • Actuaban como instrumento de integración y de control social en el cumplimiento de los valores e ideales de la comunidad.

marzasvilla2012 Marzas 2012 Villanueva de Gumiel

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Una simbología ancestral.

En resumen, mediante las marzas el segmento social de la mocedad varonil y el conjunto de las comunidades que periódicamente las organizaban, producían y reproducían, de un modo recurrente, las categorizaciones compartidas sobre la masculinidad (maneras de ser social y sexualmente de los hombres); evidenciando, de este modo, la subordinación real y simbólica de las mujeres y papel subalterno que estas ocupaban en el contexto de una sociedad civil en la que los valores, las normas y los modelos eran a priori masculinos.

Valiéndose de estos rituales (y de otros tipológica y funcionalmente semejantes), los subgrupos masculinos de la mocedad desarrollaban sus estrategias, diferenciales y diferenciadoras de jerarquización social, de sociabilidad, e identidad sexual, grupal, cumunitaria o supracomunitaria, poniendo de manifiesto sus mecanismos de construcción social del espacio, los géneros, las edades, el sistema productivo y el universo simbólico-ideacional de las gentes que conformaban los modelos comunitaristas de la sociedad tradicional.

En definitiva, estas ceremonias cíclicas reflejaban, en el plano de la fiesta, la desigual distribución del poder existente en la vida cotidiana entre los sexos y los demás grupos de estatus, así como los múltiples sometimientos, sujeciones y obligaciones que tenían lugar dentro del cuerpo social de las comunidades tradicionales.


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