Por Redacción | Marzo 2, 2016 - 2:24 am - Publicado en Cultura

Antonio Adeliño. A veces tenemos tendencia a visitar sitios lejanos, cuando tenemos cerca de casa parajes preciosos, cargados de historia, arte o naturaleza. Este es el caso del pueblecito burgalés de Santo Domingo de Silos en las riberas del Arlanza, al que de vez en cuando vuelvo para contemplar el ciprés enclaustrado que ensalzara el genial poeta de la generación del 27, Gerardo Diego en su famoso soneto.

Silos es esencialmente un monasterio, conocido por su espectacular claustro románico, aunque también es historia, espiritualidad, arte y gastronomía.

El célebre ciprés de Silos

El célebre ciprés de Silos

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El convento pertenece a la Orden Benedictina, fundada por San Benito de Nursia que elaboró una regla para la vida en comunidad de los monjes cuyo lema era: “Ora et labora” (reza y trabaja) y donde a la práctica de los votos de pobreza, castidad y obediencia, se añadía el de humildad.

….no podemos marcharnos del lugar sin probar el cabrito al horno, un plato típico sabroso y jugoso”.

En la edad media estos recintos monásticos, además de lugares de intensa vida religiosa, fueron centros culturales con salas de copistas que acrecentaban sus bibliotecas donde se guardaban los conocimientos de la época, y con aulas dedicadas a la enseñanza de los nuevos monjes y de los hijos de la nobleza.

El monasterio de Silos tiene su origen en el año 919, cuando el conde castellano Fernán González, dona unos terrenos a los monjes para que puedan establecerse. Con el tiempo, acrecentaría sus posesiones con nuevas donaciones y se convertiría en uno de los más importantes del viejo reino de Castilla.

El gran impulsor de este cenobio, fue Santo Domingo, nacido la pequeña villa de Cañas (La Rioja), en aquellos tiempos perteneciente al reino de Navarra. Fue elegido abad en San Millán de la Cogolla, pero tras un conflicto con el rey de Navarra, se traslada a tierras burgalesas. Propuesto como abad de Silos (1041) por el rey Fernando I, a instancias del padre del Cid; restauró el viejo monasterio, erigió la Iglesia románica, mandó construir el claustro y levantó la sala de copistas. Desde entonces el monasterio fue creciendo y se convirtió en un importante centro literario (crónica silense) y científico; contando con una biblioteca con más de 3000 volúmenes y una botica o farmacia muy interesante para la época.

Este esplendor se derrumbó con la invasión Napoleónica (1808) en que fue saqueado, y con la desamortización de Mendizábal (1836) en que fue expoliado y abandonado. En 1903, monjes franceses expulsados de su país, reconstruyen y restauran el vetusto cenobio y en la actualidad es un centro de espiritualidad con resonancia internacional.

La visita turística se puede completar con un paseo por el paraje natural de La Yecla, donde podremos adentrarnos en un angosto pasadizo, horadado por las aguas del pequeño río Cauce sobre un macizo rocoso que está habitado por una colonia de buitres leonados. Y no podemos marcharnos del lugar sin probar el cabrito al horno, un plato típico sabroso y jugoso, del que los silenses se sienten orgullosos sin faltarles razón para ello, y que supondrá para el viajero un agasajo gastronómico del que sería pecado privarse.


Este articulo fue publicado el 2 Marzo 02Europe/Madrid 2016 a las 2:24 am y esta archivado en Cultura. Puedes suscribirte a los comentarios en el RSS 2.0 feed. Puedes escribir un comentario, o hacer trackback desde tu propia web.

2 Comentarios

  1. Marzo 2, 2016 @ 4:32 pm


    Antonio,… digo yo que será mayor pecado aún marcharse de allí sin escuchar gregoriano en vivo y en directo. ¡Tragón! ¿Que eres un tragón!

    Escrito por Pedro Félix
  2. Marzo 2, 2016 @ 11:21 pm


    Siento haberme olvidado de terminar el anteúltimo párrafo sin referirme al gregoriano, pero siempre hay solución: “…es un centro de espiritualidad con resonancia internacional, propiciado por los ecos del canto gregoriano; esa oración cantada en latín que realza la liturgia y eleva el espíritu”.

    Escrito por Antonio

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