Por Redacción | Marzo 3, 2014 - 9:56 am - Publicado en Cultura

Antonio Adeliño Vélez. Cuentan las historias apócrifas que en la vega de “Mataranda” se produjo en el año 933, un triunfo milagroso de las huestes del conde Fernán González y de Ramiro II rey de León, frente a los invasores musulmanes.

Ilustración: Pedro García

Ilustración: Pedro García (Vadocondes)

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En aquella época (siglo X), el curso del río Duero estaba considerado como frontera natural entre el reino de León y el califato de Córdoba. Frontera y “tierra de nadie” donde son muy arriesgados los asentamientos fijos de población, y sus moradores se dedican a la ganadería extensiva a lomo de caballo, debido a los constantes saqueos y rapiñas (aceifas) de los moros. Sucede por tanto, que lo que un día parece un nutrido y próspero pueblo de pastores; al día siguiente se ha volatilizado al avistarse en lontananza una partida musulmana.

En esta encrucijada histórica, comienza a destacar el primer conde de Castilla que ya en el año 932 y con solo 22 años, había añadido al señorío familiar de Lara, los condados de Burgos, Lantarón, Cerezo y Álava. Un joven ambicioso al que el rey leonés confía el gobierno de la frontera oriental del reino; la más expuesta al enemigo y la más endurecida en los continuos rifirrafes con el islam.

El año 932 Ramiro II, al que acompaña entre otros nobles del reino el conde Fernán González, con la excusa de ayudar a Toledo que se rebeló contra el califa, ataca la fortaleza mora de Madrid y saquea su alfoz. Un año más tarde Abderramán III devuelve la visita al leones, hostigando la plaza fuerte de Osma en los dominios del conde castellano. La contienda se resuelve con otra victoria de las fuerzas cristianas y el califa refuerza Medinaceli para asegurar la comunicación entre Córdoba y Zaragoza.

Ilustración: Pedro García

Ilustración: Pedro García (Vadocondes)

Derrotado el ejército moro en Osma, sus huestes se retiran en desbandada y se reagrupan lejos del campo de batalla. Ramiro y Fernán con parte de sus mesnadas, cabalgan rio abajo tras de un grupo desligado del grueso del ejército moro que se retira hacia Medinaceli. El día 26 de julio les dan alcance y les vencen en la vega de “Mataranda”. En ese lugar mandará el rey construir una ermita en honor de Santa Ana. El Conde por su parte, dispondrá la repoblación de Aranda y para asegurar la defensa de la villa, nombrará infanzones a los siervos que contribuyeron con sus armas a la derrota del ejército invasor.

Al conde castellano se le conoce por “el de los buenos fueros” y no es por casualidad, pues a los caballeros, hidalgos e infanzones, les recompensaba con un fuero local consistente en donaciones de tierra de labor que garantizaban la subsistencia del “vasallo de soldada” y aseguraba la vigilancia y defensa del territorio. Por este motivo, encomendó al caballero Galindo colonizar la vega del Riaza; al caballero Sandino garantizar los asentamientos del Esgueva, y al caballero Sancho asegurar el vado del conde en el Duero a dos leguas de Aranda. El primero sentó plaza en Torregalindo; el segundo lo hará en Torresandino, y el tercero se establecerá en Vadocondes.

Para favorecer el comercio entre los distintos señoríos, ordena fundar en Aranda una comunidad de villa y tierra con fuero propio y gobernada por un merino delegado del señor feudal. La villa se levanta en la parte más elevada de las confluencias del rio Bañuelos y el Duero, al resguardo de una torre que servirá de vigía de su entorno. A su costado se construye la iglesia de San Juan y alrededor de ambas, irá creciendo un caserío para cobijar a cientos de personas que acuden a colonizar esta tierra, atraídos por la expectativa de una vida más libre; pues el colono no está sujeto a servidumbre, pagará su renta pero es libre y aquí gozará además de las ventajas de una villa. Hay molino, horno, fragua, carpintería y alfarería, con lo que en sus calles, no solo se instalarán labradores y pastores; también formarán parte del paisaje villano los molineros, panaderos, herreros, carpinteros, alfareros, curtidores, comadronas y algún médico.

Con el paso del tiempo la villa alcanzó cierto renombre y el “hijo un demonio” de Almanzor (era pelirrojo) se ocupó de saquearla en el año 989. En su ayuda acudió el sucesor del primer conde de Castilla, su hijo Garci Fernández que reconstruyó Aranda, Gormaz y Osma. Pero los peligros de las temidas aceifas, no se conjurarán hasta unos años más tarde al cruzar el milenio, cuando la línea fronteriza se desplace hacia el sur y los arandinos tengan que luchar por mantener los fueros que les concediera el conde Fernán González.


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