Por Webmaster | Noviembre 9, 2010 - 11:14 am - Publicado en Opinión

Antonio Adeliño Vélez. “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros…”

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De esta forma tan poética comienza la declaración universal de derechos humanos; aunque la realidad mundial es algo más prosaica, pues no se respetan en la medida que se debiera, y no solo en los llamados países del tercer mundo, sino también en las sociedades desarrolladas e industrializadas y con regímenes políticos democráticos.

Es indudable que a pesar de los conflictos bélicos y de las dictaduras que sufren distintos países, la humanidad dio un paso de gigante al promulgarse esta declaración. Y hemos de concluir que esto es así, ya que el siglo pasado fue testigo de genocidios sin precedentes, purgas siniestras, masacres crueles, persecuciones despiadadas, hambrunas intolerables, analfabetismos generalizados y epidemias evitables.

El día 10 de diciembre de 1948, con las heridas aún abiertas de la II Guerra Mundial, cuyas atrocidades sacudieron las conciencias de los hombres de buena voluntad; se proclamó en la sede de la Organización de Naciones Unidas (ONU) por unanimidad de la Asamblea General, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde se recogen los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales de todos los miembros de la familia humana.

La denominada Resolución 217 A (III), describe en 30 artículos, un programa del que se ha dicho que es “el secreto mejor guardado del mundo” por su sistemático incumplimiento. Pero la progresiva incorporación de sus principios a las constituciones y leyes de los países (entre ellas la vigente constitución española de 1978) y su inserción en tratados internacionales, nos permite ser optimistas y soñar con un futuro mas digno para todos los hombres, a pesar de la lentitud en la implantación de los preceptos recogidos en su articulado.

Sesenta y dos años después, las disposiciones allí recogidas se han convertido en un verdadero estatus jurídico para muchas naciones; pero en otras tantas siguen siendo una buena declaración de intenciones, pues ciertas culturas son reacias a abolir esclavitudes, castas y sumisiones; permitiendo la utilización de la persona como un mero objeto despojada de la dignidad que le es inherente.

La defensa de esto derechos corresponde a todos. No podemos permitir que disfrazados de elementos culturales foráneas, se introduzcan en nuestra sociedad instrumentos de sumisión, de explotación, o discriminación; contrarios a la dignidad libertad y justicia con que debe ser tratado todo se humano. A veces, el silencio también es cómplice.


Este articulo fue publicado el 9 Noviembre 09Europe/Madrid 2010 a las 11:14 am y esta archivado en Opinión. Puedes suscribirte a los comentarios en el RSS 2.0 feed. Puedes escribir un comentario, o hacer trackback desde tu propia web.

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