Pedro Félix García. El museo Guggenheim celebra este 2017 su vigésimo cumpleaños. En estos veinte años dedicado al arte moderno y contemporáneo, se ha consolidado como uno de los museos más importantes del mundo en su género.
¡Y está en Bilbao! A ‘un paso’ de Aranda. Bien se puede ir y venir en el día. Fue inaugurado por el rey Juan Carlos el día 18 de octubre de 1997; por tanto celebra este año su vigésimo aniversario. Se ha convertido en un icono de nuestro tiempo. Es la imagen hoy más representativa de la ciudad de Bilbao; más incluso que la de su famoso puente colgante.
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Vaya por delante que no me gusta -o no me gustaba- el arte abstracto. Lo conozco; pienso que si algo no se conoce de antemano, nadie puede decir con rigor si ese algo le gusta o no. A tal fin asistí expresamente a un curso monográfico impartido por la Universidad de Burgos; pero sigue sin gustarme el arte abstracto. Sí que sé apreciar ahora la arquitectura moderna, ver los edificios ‘raros’ con otros ojos; he aprendido a comprender el motivo de que sean así y a disfrutar de su contemplación, pero, en general y salvo esa faceta arquitectónica, el arte abstracto sigue pareciéndome simple decoración, sobre todo en lo que a pintura se refiere. Sin embargo, una obra moderna, gigantesca, me ha conquistado completamente. Casi, más que escultura, yo me atrevo a llamarla ‘estructura’. Es un conjunto que se compone de ocho piezas de acero patinable, separadas entre sí, de cinco centímetros de grosor y cuatro metros de altura, y más de treinta metros de largo una de ellas. Se denomina ‘LA MATERIA DEL TIEMPO’, y la realizó el artista californiano Richard Serra. Se encuentra ocupando toda una sala -la más grande- del museo Guggenheim y libre de columnas, formando parte de su exposición permanente. No sólo me ha cautivado la contemplación de esta obra desde una perspectiva elevada, con numerosos visitantes diminutos moviéndose por su interior, sino que también, luego, me ha parecido interesantísimo experimentar la sensación -de tiempo en movimiento- que se siente individualmente al andar por los pasillos y espacios geométricos que conforman las piezas que la componen; pasillos que unas veces se estrechan por arriba, otras a la altura de nuestros pies, otras se ensanchan a medida que te desplazas, otras veces te ves atravesando pasos angostos,… También es impactante quedarse uno quieto en el interior de los troncos de cono elípticos y mirar entonces hacia arriba; luego hacia su base,… Todo ello, envueltos por un continuo tono oxidado; casi obsesivo. ¡Sublime!
Diseñado por el arquitecto estadounidense Frank Gehry, el museo Guggenheim es toda una obra de arte en sí mismo; por fuera y por dentro. Ubicado cerca del Museo de Bellas Artes y de la Universidad, al borde mismo de la ría del Nervión, tardó cuatro años ser construido. La complejidad matemática de sus formas obligó a recurrir a un programa informático propio de la industria aeroespacial para el cálculo de su estructura. La piedra caliza y el vidrio son los materiales principales que cubren el edificio, junto con 33.000 finísimas planchas de titanio -material duradero frente el paso del tiempo y resistente a la corrosión-, que le confieren una textura rugosa característica, de tonalidades siempre cambiantes en función de la luz ambiental y de las condiciones atmosféricas.
Sin embargo, la figura más fotografiada por los visitantes -más que la del propio edificio del museo- quizá sea la de ‘Puppy’ -el perro vegetal-, obra de Jeff Koons, realizado a base de sustrato adherido a una base firme de acero inoxidable y plantas naturales. Es otra figura de aspecto también siempre cambiante, dependiendo de la temporada y de la floración más adelantada o tardía de las plantas. Cuando realizamos nuestro reportaje fotográfico, predominaba el color verde oscuro; apenas clareaban unas pocas florecillas. ‘Puppy’ se encuentra situado justo delante de la amplia escalinata descendente que da acceso a la entrada al museo.
Todos los visitantes que acuden al Guggenheim, reciben en el momento de entrar al mismo un aparatito ‘audioguía’, muy práctico y de muy sencillo manejo, que proporciona amplísimas explicaciones extremadamente valiosas y claras para ayudarnos a comprender mejor toda la riqueza, tanto técnica como artística del propio edificio y de todas las obras que vamos a ir contemplando y admirando.
Un amplio y luminoso vestíbulo recibe al visitante y le servirá para orientarse sin dificultad en todo momento durante su recorrido por las diversas salas del museo. El Guggenheim se halla distribuido en tres plantas, con diversas salas -todas diferentes- en cada una de dichas plantas, sirviendo siempre el vestíbulo central, totalmente diáfano, como eje de referencia para saber exactamente en dónde nos encontramos en cada instante. Nuestro consejo es que subamos en ascensor hasta el piso superior y comencemos desde allí nuestra visita. Conviene comentar que todas las obras expuestas se hallan colocadas de modo muy espaciado; nada apretujadas unas a otras, sino de forma que pueden ir contemplándose sucesivamente de manera muy cómoda y sosegada. Recorramos también las pasarelas voladas que circundan cada planta, y vayamos observando desde todos los ángulos, tanto el vestíbulo desde las alturas, como las vistas exteriores a través de los amplios ventanales acristalados. También resulta interesante prescindir del ascensor para ir bajando poco a poco a las plantas inferiores; es mejor hacerlo por la sencilla -pero muy bien definida- escalera central que preside de arriba abajo el vestíbulo a todo lo alto del mismo. Siguiendo este recorrido, accederemos casi al final a una especie de balconada o mirador, desde donde podremos deleitarnos al contemplar completa y desde una posición privilegiada la colosal escultura denominada ‘La Materia del Tiempo’ a la que nos referimos al principio.
Toda visita a cualquier museo provoca cansancio físico, pero en el caso del Guggenheim, hallaremos estratégicamente situados, no sólo los clásicos bancos corridos, situados en el centro de las salas, desde los que poder contemplar sentados las obras de arte, sino también cómodos sofás desde los que poder disfrutar un ratito de las magníficas vistas de los alrededores.
Todo el perímetro exterior del Guggenheim puede recorrerse a pie. Antes de irnos de allí, acerquémonos al borde de la ría del Nervión, paseemos sobre la pasarela curvada construida sobre el agua, y contemplemos desde cerca la enorme araña de bronce colocada frente a la fachada del museo justamente opuesta a donde se halla ‘Puppy’. Denominada ‘Mamá’, su autor, Louise Bourgeois, trató de poner de manifiesto la duplicidad de la naturaleza de la maternidad: el animal emplea su seda tanto para fabricar el capullo con que protege a sus crías, como para hilar trampas para cazar a sus presas. Y sus patas le sirven tanto de jaula de la que no escaparán sus presas, como guarida protectora de la bolsa de huevos que lleva consigo adherida a su abdomen.
Acérquense a Bilbao. Merece la pena; pero háganme caso: no olviden llevar paraguas.
Este articulo fue publicado el 18 Octubre 18Europe/Madrid 2017 a las 8:18 am y esta archivado en Cultura. Puedes suscribirte a los comentarios en el RSS 2.0 feed. Puedes escribir un comentario, o hacer trackback desde tu propia web.
Imagen del interior del Museo (Foto: Pedro Félix)